Omnivore, Vol. I


Con la intuición primando ante cualquier tipo de razón, así se presentó la primera sesión del colectivo fotográfico Omnivore, que arrancó ayer en la Asociación Cultural La Azotea bajo el título de Crudo, y donde tuvimos la ocasión de disfrutar de los diferentes trabajos fotográficos presentados a modo de audiovisual, que habían sido previamente seleccionados por los componentes del colectivo compuesto por Gustavo Alemán, Pascual Martínez, Julián Garnés, Juanan Requena, Agus Bres y Blanca Galindo.

Tras la presentación del evento, en el que se hicieron dos rondas de visionado de los nueve trabajos seleccionados de entre los 49 que han recibido (cantidad bastante considerable para ser su primera convocatoria, provenientes de lugares como Inglaterra, Alemania, Israel, Japón, Argentina, Suiza o España), pudimos disfrutar como guinda de otro pellizco de crudeza fotográfica de la mano del trabajo de los fotógrafos invitados, Thorsten Kirchhoff y Hisashi Murayama, en los que intimismo, movimiento y misterio rezumaban en sus imágenes.


El visionado de los trabajos, desprendido de un contexto o explicación sobre qué versaba cada uno de ellos, hizo que la propia intuición del público fuese la que despertase, y donde las propias sensaciones provocadas por las imágenes, el ritmo, la incertidumbre y el misterio crearan una concepción personal a cada uno de los asistentes, aunque fuesen más o menos cercanas al propósito inicial del fotógrafo. Gustavo Alemán afirma que este era uno de los objetivos que perseguían, que el público sintiera algo al ver los audiovisuales, tal como les sucedió a ellos al seleccionarlos, ya que al despojarlos de contexto se prestan a muchas y diferentes interpretaciones. Y pese a que el concepto del que partían para la selección de los trabajos era más cercano a determinado tipo de fotografía (en los que primaba la oscuridad y el movimiento y generalmente en blanco y negro), y aunque hubo algo de eso, se sintieron más atraídos hacia trabajos que partían de una posición intuitiva, pese a que su construcción visual no resultase tan obvia en primera instancia.

La variedad estuvo presente en la selección final, habiendo trabajos íntimos y tenebrosos, como por ejemplo Anoche pagué para cerrar los ojos, de Jordi Díaz Fernández (cuyas imágenes desconcertantes tenían cierto aire siniestro, catastrófico e incluso lúgubre, que consiguió mantener la tensión proveniente de su trabajo alimentado por el ritmo del montaje y la música) o Medianoche, de Rafael Arocha (con una serie de imágenes que parecían oler a sexo, perversión o vicio acompasado por una voz) hasta por ejemplo Above the sky, de Cristina Sánchez Escandell, en cuyo juego de imágenes entre el cielo, el movimiento y estaticidad de los animales vivos o muertos (y los pájaros, esos pájaros) y ese sonido a lo Ry Cooder parecía respirarse la vida o la muerte, las ganas de volar.

Pero también hubo cotidianeidad y espacios que huían de esa oscuridad, como podemos encontrar en el proyecto Barrio de José Deconde, en el que acompañando a sus fotografías de música flamenca mostraba los personajes, rincones y costumbres de un barrio que parece respirar ciertos atisbos de marginalidad, o Summertime, de María Sainz Arandia, cuyo sorprendente trabajo rompe con aquellas escenas que imaginamos al pensar en la playa en verano, en el que desarrolla (en blanco y negro, ¡verano en blanco y negro!) una serie de fotografías en las que da una nueva (y detallista) concepción de estos espacios.

Otro tipo de fotografía, en el que entendimos el viaje por diferentes espacios o sentimientos como algo literal o personal, también estuvo presente. Desde el trabajo de Tina Remiz, The place where I am not, donde se puede respirar el entorno retratado (casi te sientes dentro, es íntima y familiar) que te hace moverte por él, hasta 103rd kilometer de Sasha Tamarin, en un trabajo que sorprendió por la austeridad de sus imágenes (y cuyo único acompañamiento sonoro era el silencio), hasta un viaje más personal, como Come home de Adrián Zorzano, en la que la mezcla de paisajes (desde cielos hasta espacios públicos) y retratos hacen un pequeño reflejo de lo que se intuye como su entorno, dentro de un aura ruidosa y oscura.

Esta primera sesión concluyó con la votación del público, en la que resultó ganadora la fotógrafa murciana Marina Stendhal, en la que mediante una serie de imágenes sacadas de lo más profundo, de su búsqueda del hogar y de una mezcla poética en la que oraciones e imágenes bailan al ritmo de los golpes de tambor que marca su canción, desató su Arraigo (nombre de su proyecto) conquistando otra vez al público (¡y larga vida al mar de nuevo!).



La Azotea, que fue el lugar escogido para la ocasión, resultó acogedora e íntima, y propició que la charla y el intercambio de opiniones entre los asistentes se diera en el descanso entre ambos pases.

Ya ven, los miembros de Omnivore nos lo dieron crudo y nosotros… nosotros nos lo comimos con ganas. ¡Y repetiremos!

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